Aún recuerdo cuando las tardes en las playas eran interminables. Corríamos bordeando las orillas mientras caía el sol. Yo reía y tu sonrisa con tu incesante risa me perseguía para atraparme como podía. Las carcajadas combatían el sonido de las olas. Yo te medio calaba y te miraba profundamente intentando poco a poco saborear tu alma mientras el mar inundaba las pisadas de mis pequeños pies. Nos enredábamos como si tuviéramos unos años de menos sin llegar a tocarnos. En eso consistía la excentricidad interesante del fin de semana. Tus brazos me levantaban y al mismo tiempo me amenazaban con cometer la mayor de las locuras, tirarme al agua salada. Yo pataleaba negándome a la fechoría que estabas a punto de cometer y en verdad sólo quería caer rendida. Y así con la excusa, llegar a otro capítulo de la historia. Habernos tomado un par de copas de vino aquella tarde fue la mejor de las ideas junto con la decisión de darnos la mano en la playa. Presumir y chillar que eras mía, como tú decías. Y así lentamente, los rayos de sol se escondían y me repetían que esta decisión que había tomado era una de las mejores de mi vida.
“La imaginación lo es todo, es una visión preliminar de lo que sucederá en tu vida.”
Albert Einstein
Leticia Lorena Puertas